martes, 21 de mayo de 2013

El Soberbio Río Guaire.

  

Los grandes afluentes del Guaire son los ríos San Pedro y Macarao, que nutren en su cabecera al río de mayor jerarquía en el valle caraqueño. Con un pasado cargado de historias que lo enaltecen, su límpido caudal, sus playas con vegetación de bambúes, árboles frutales, peces, aves de todas clases (patos, loros, garzas, Martín pescador, canarios y otros), fueron objeto de respeto, cariño y admiración por los primeros pobladores del valle de los caracas; un río ancho y caudaloso, de aguas impetuosas y a veces profundas, línea divisoria del valle, era una vía de comunicación para las comunidades que lo habitaban, primero sus indígenas y luego los conquistadores. 

   Está reseñado que era un rio del que había que cuidarse. Cuando su caudal se hacía sentir con  todo su volumen, lo cual era frecuente en temporada de lluviosa y por las aguas de los afluentes que, provenientes del norte del valle o del sur,  desembocaban en él; por el norte  bajaban de la montaña El Ávila (Guaraira Repano), el Caroata, Anauco, Pajaritos, Tócome, entre otros, y por sur de Caracas podemos citar los provenientes de El Valle, quebradas de El Paraíso, Puente Hierro, fila de Mariches, Caurimare y Macaracuay, entre otros. 

  Los primeros colonizadores deben haberse quedados maravillados con la belleza del rio Guaire. Se sabe que lo utilizaban como transporte fluvial  de personas y de materiales de construcción; tan es así que, hasta existió un puerto ubicado en la zona que hoy se conoce como Quinta Crespo, pues era la región más cercana al “centro” de lo que sería el asentamiento de los primeros colonos. 

   Desde siempre el Guaire ha tenido sus cantores y detractores; para los efectos de este relato solo queremos mencionar que la familia del Libertador Simón Bolívar, tenía una casa de campo muy cerca del río, que la utilizaban para vacacionar;  tal casa aun está ubicada en la esquina de Bárcenas y se le conoce como La Cuadra de Bolívar; allí la familia del Libertador disfrutaba de sus bellezas serenas, del fresco clima, casi frío, de Caracas, de sus bambúes, árboles frutales y exótica vegetación ribereña, pescaban y se bañaban. 

   El viejo Guaire muy querido por los caraqueños de los años 30 y 40, todavía era muy limpio en esos años,  casi como en tiempos de la colonia, al natural, con playas, arboles y hermosas riberas. El río trae gratos recuerdos ya que fue gozado con mucha intensidad por los habitantes de aquella época; nos bañamos, pescamos, lo navegamos en balsas de bambú que las construíamos en cada aventura y solo necesitábamos un machete y mecates para salir a navegar y disfrutar una ola y parte de la otra. Cuando ese era el plan, caminábamos desde Quinta Crespo por sus orillas, comiendo frutas, atrapando pájaros para venderlos en el Mercado Principal; aguas arriba llegábamos hasta donde hoy está ubicado el puente de Los Leones, a la altura de lo que fue La Hacienda La Vega; allí construíamos la balsa para transportar las frutas colectadas, la caña de azúcar que cortábamos escondidos en los tablones (siembras de caña) de la Hacienda La Vega, las jaulas para los pájaros cazados, y algunos bambúes que utilizábamos para hacer cañones que disparábamos con carburo y agua, para hacerlos tronar en las fiestas de navidad o en alguna celebración patronal. Nuestro puerto de llegada rio abajo estaba ubicado -por la cercanía a nuestras casas- en lo  se conoce como Puente Restaurador; allí muy cerca de donde estuvo ubicada la famosa línea de autobuses para el interior de la república “ARC” y también del famoso Cuartel de Infantería General Bermúdez, frente a la Escuela de Formación de Oficiales de la Guardia Nacional ( Villa Zoila). Ese viejo cuartel con el pasó de los años fue demolido y allí se construyó la Casa de Reeducación y Trabajo Artesanal El Paraíso (Cárcel de La Planta). 

    El río no siempre fue calmo y complaciente, a veces cuando crecía un poco, aun lo navegábamos, eso sí, cerca de la orilla, manejando nuestra balsa con una larga vara de bambú; igualmente podíamos ir a pescar, pero para hacer esto subíamos mucho más al oeste de Caracas en una larga excursión que nos llevaba hasta la zona de Antímano; eso era como una selva, el rio era más profundo, la zona casi virgen, despoblada,  muchos árboles frutales, y allí por esa razón, sacábamos con más facilidad bagres, anguilas y otros peces de agua dulce, que llevábamos a casa y también vendíamos los excedentes. 

    En la medida que Caracas fue creciendo, el rio fue cambiando. Lo fueron agrediendo de una u otra forma; sus playas, vegetación ribereña, árboles frutales, limpias y transparentes años, los bambúes, trágicamente fueron desapareciendo. Las zonas del rio que de niños conocimos, se fueron poblando de ranchos y otras precarias construcciones; todo fue depredado, el orgulloso rio, al igual que la vieja laguna de Catia, fue sentenciado, perdiendo su atractivo, por la mano de hombre indolente que no supo o no le interesó conservarlo para futuras generaciones. 

 Al final de la década de los 40, el rio dio muestras de su disgusto, y cada vez que llovía solo un poco más de lo habitual, él avisaba que sus aguas podrían cobrar las ofensas y agravios y así sucedió. En 1948, cayó un verdadero diluvio, algo inusitado, un verdadero palo de agua desde la mañana, durante todo un día; igual que un cordonazo de San Francisco, los caraqueños se guarecían en sus casas protegiéndose de los fuertes vendavales, truenos, rayos, centellas; lluvia sobre todo el valle; el Guaire recibía el agua que desde Macarao y el Cerro El Ávila bajaban, ahora impetuosos, eran ríos y quebradas, crecidos y violentos que caían en el noble rio. El rio se fue colmando hasta más no poder y sucedió lo inevitable, sus riveras no lo contuvieron, se inundó, se desbordó, saliiéndose del cauce con rabia inconcebible; todo desde su cabecera, todo fue arrastrado hacia las aguas, todo a su paso quedó anegado: lo que estuviera en sus orillas, y más allá. Lo que tan solo diez años antes estaba casi despoblado, ya se estaba urbanizado; El Paraíso, Artigas, San Martín, Puente Hierro, San Agustín (Sur y Norte); Chacaíto; Chacao, entre otras, colmaban a Caracas de casas y construcciones anárquicamente dispuestas en el valle; el Guaire, que aun para esa época corría por su cauce natural, no había sido objeto de modificación por la mano del hombre, sus riveras vírgenes, no estaban embauladas o canalizadas,  por ello, cuando su caudal se tornó impetuoso y torrencial, se desbordó; corrió por la libre, inundó todo a su paso, sembradíos de caña y legumbres, casas, ranchos, carros, todo lo que encontró a su pasó, nada se salvaba, nada escapaba de la torrentera. Palos, arboles, enseres caseros, carros y caucho viejos, el rio reclamaba sus territorios ancestrales, como un deslave arrasaba todo a su paso. En El Paraíso, se encontraba el Hipódromo Nacional; en el centro del ovalo funcionaba una pista de aterrizaje para pequeños aviones, hangares y galpones, como si se tratase de la Carlota de hoy día; al sur oeste de la pista en la conocida curva de los pinos de los 200 metros finales, al lado del Paddock se encontraban las caballerizas, del viejo y querido hipódromo, lugar donde el Benemérito Juan Vicente Gómez pasaba largas horas admirando sus pura sangre correr ° ( El Viejo Hipódromo de El Paraíso). El rio entró con furia, en el hipódromo - no como aficionado- sino como invasor de inmuebles y fincas, es decir con la fuerza destructora del despojo. El torrente devastó las instalaciones hípicas y todo lo que allí estuviera, y como es lógico las caballerizas fueron destruidas y la caballada quedo a merced de la corriente que se la llevó, pero como quiera que el caballo además de ser un noble e inteligente animal, es un excelente nadador, se dejó llevar por la corriente. Todos los trabajadores hípicos, propietarios, voluntarios, y la ciudadanía se dedicaron a la tarea de rescatar a los animales que se encontraban tratando de salir del rio aguas abajo; desde El Paraíso hasta más allá de San Agustín se organizaron cuerpos de salvadores de caballos: se pagaba una importante recompensa por cada caballo; el mecate en abastos y bodegas se agotó; los más arriesgados para obtener la paga, se ataban la cuerda por la cintura, y con un rollo de mecate con el lazo hecho, trataban a enlazar a los ejemplares que venían río abajo con el agua al cuello.Un trabajo peligroso, pero la paga muy buena, porque se trataba de caballos pura sangre, importados así como criollos cruzados de carrera de altísimo valor. A pesar del esfuerzo algunos potros y caballos no sobrevivieron. El agua y el barro subió hasta las esquinas del Carmen, Las Piedras, Sordo, Peláez, La Yerbera, inundó La Maternidad Concepción Palacios, El estadio San Agustín del Sur, El Paraíso, Las Fuentes. Pasado este hecho, y ya para los años 1950 se inician las obras que modifican definitivamente el cauce del rio y su embaucamiento y canalización, y por ello el rio que corría recto desde Maracao hasta Petare, ahora fue empujado de un lado para otro, ya no tenía hermosas riberas, lo encajonaron entre concreto y cabillas, lo golpearon, lo ensuciaron, sus aguas para siempre dejaron de ser limpias y cristalinas, ya los muchachos no juegan en sus aguas, lo humillaron y con estas acciones mataron parte de la belleza que una vez alegró u decoró nuestra bella ciudad. 


   Aun así, a veces el Soberbio Guaire se hace sentir. La gran inundación de los años 1990  afectó desde las Mercedes hasta Petare, inundando a su paso la California Norte y la California Sur. El Guaire, los caraqueños y los venezolanos hemos recibido promesas demagógicas de rescate y saneamiento, proyectos millonarios, dinero desaparecido entre ineficiencia y corrupción. 

    Yo, el Miguel mayor de la Crónica Libre de Caracas, doy fe de lo narrado, yo lo viví; mi casa ubicada en la parroquia Santa Teresa, de Palmita a Monzón, muy cerca del rio de mis recuerdos, me permite narrar, bien como actor o como testigo muchas de las aventuras y sucesos del relato que antecede. 


 Los Migueles-.